En los indicadores internacionales de salud, una de las medidas más empleadas para conocer la calidad de vida de un país es la esperanza de vida de sus ciudadanos. Se entiende que, si estos viven una media de años por encima de la media global, existen las condiciones necesarias para considerar que el servicio de salud es de calidad. Sin embargo, dado que ya hay quienes piensan que la esperanza de vida en los países desarrollados se está acercando al límite que puede alcanzar el ser humano, un nuevo concepto entra en escena: la longevidad saludable.
A finales de los años ochenta, John W. Rowe y Robert L. Kahn utilizaron el término por primera vez en un artículo de la revista Science: “Un aumento revolucionario de la longevidad ya se ha producido. El próximo objetivo gerontológico debería ser uno correspondiente en la longevidad saludable, el mantenimiento de las funciones al 100% tanto como sea posible hasta el final de la vida”. Alinear ambas longevidades todavía es un reto por conseguir.
La esperanza de vida con buena salud es otro indicador similar y complementario, porque cuantifica el tiempo en promedio que una persona vive con plenitud de facultades físicas y psicológicas. A medida que la longevidad saludable se convierte en clave del enfoque médico, se retrasa la aparición de patologías y crece la esperanza de vida con buena salud.
Como afirmaban los gerontólogos americanos, esta concepción está cambiando la manera de percibir el envejecimiento, antes ligado a una imagen más negativa y de declive. La pregunta es: ¿se modificará también nuestra forma de tomar medidas preventivas y de tratar enfermedades?